Estas reflexiones, colmadas de subjetividad, sobre mi primer retiro Vipassana no tienen ningún sentido objetivo o didáctico de lo que es un retiro Vipassana. Solo quiero compartir la sagrada belleza que este retiro ha descubierto en mí. Y cuando digo belleza hablo de equilibrio y armonía antes que de hermosura o bienestar. Por ejemplo, una manzana medio podrida, de las muchas que he visto allí, caídas de los árboles, es bella porque en esa manzana la vida y la muerte se abrazan amorosamente. La belleza que he encontrado en el retiro Vipassana no estaba tanto en lo hermoso como en el abrazo a lo que considero espantoso.
Había leído que un retiro Vipassana es una travesía de auto-transformación mediante la auto-observación. Pienso que iniciar cualquier travesía me recuerda el héroe que soy. Cuando decidí hacer el retiro no sabía muy bien qué aventura estaba a punto de protagonizar, pero sabía que la aventura me esperaba. La mañana del día de la partida, después de mi última meditación en casa, el oráculo Inteligencia del Alma me mostró la carta AVENTURA. Un eco lejano me dijo que el retiro Vipassana que estaba a punto de iniciar era una travesía para un héroe. Y como expresé espontáneamente a los demás miembros del grupo durante la ronda de presentaciones en una invisible Tabla Redonda, me sentía como sir Galahad a punto de comenzar la búsqueda del Grial. Me reconocía, pues, como un caballero valiente y confiado, aunque también muy asustado.
EL RETIRO VIPASSANA POR FUERA
Conocía el centro Kayzen el Valle por una visita que había hecho meses atrás y ya entonces sentí el batir de muchas alas en aquel jardín plagado de simbología tanto sagrada como profana. Los ángeles y los demonios, los dragones y los pájaros, los abejorros y las libélulas, me daban la bienvenida.
Durante los primeros días del retiro Vipassana todo lo veía a través de las rendijas de mi yelmo reluciente y dorado. De esta manera, poco a poco, paseo tras paseo, fui dibujando mi particular geografía heroica del lugar. Antes del amanecer del primer día visité, aún a oscuras, un bosque de pinos que enseguida reconocí como el Bosque de Dioses de Kayzen. Los seguidores de la serie de novelas Canción de Fuego y Hielo de George R. R. Martin, sabrán que este bosque se encuentra dentro de las murallas de los castillos, y es el lugar donde se adora a los Antiguos Dioses. Muchos días, a primera hora de la mañana y después de la segunda práctica, me tiraba sobre la hierba y observaba a los pájaros que a esa hora temprana invadían ruidosamente las ramas más altas de los pinos.
Dentro del jardín había tres estanques con peces en cada uno de ellos, pero solo en el de mayor tamaño pude ver nenúfares. Desde niño, el nenúfar siempre ha sido una flor mítica. Una belleza asesina, según Boris Vian en La espuma de los días, pero también una belleza sagrada. Por lo visto los antiguos egipcios veneraban a los nenúfares del Nilo. Los estanques me retrotraían también a los cuentos de hadas de mi infancia, a las ranas que hablan y a la sed de las brujas. Todo parecía invitarme a dejarme caer de nuevo por el agujero hacia aquel niño.
Además de peces había libélulas que, durante el retiro Vipassana, vi copulando en acompasados movimientos, abejas y abejorros libando el polen de las flores y lagartijas de varios tamaños que se movían como si fueran de hojalata. Había lagartijas por todos lados, pequeños dragones que descubría saliendo de los agujeros del suelo y, como he dicho antes, también de las raíces de mi memoria.
No sé de qué raíz nacía aquel instante
pero había un incendio de cal en las farolas.
Descendía a los ojos el juego de los niños
y Dragón Negro tocaba en mi memoria
Pablo Guerrero
Los diez días de retiro Vipassana me permitieron recorrer ese amplio jardín desde diferentes planos emocionales. La atención afinaba mi intuición. A menudo me sorprendía experimentando sensaciones diferentes habitando los mismos lugares. Los días transcurrían idénticos por fuera pero, como una culebra, yo iba mudando la piel todos los días. De culebra a dragón pasando por lagartija. En mi retiro Vipassana todo era flujo y movimiento, cambio y mutación. Cada vez que atravesaba una estrecha gruta de paso, con la que me encontraba camino del Bosque de Dioses, pensaba que estaba sumergiéndome un poco más en mi yo profundo. Esa gruta, construida con lo que parecía piedra volcánica, era el lugar donde habitaba el Dragón Negro, un dragón que, como las lagartijas, me visitaba durante las travesías interiores en el dojo alrededor del Fuego Sagrado.
EL DOJO: DENTRO DEL RETIRO VIPASSANA
Ahora puedo decir lo que había escuchado a otros: el retiro Vipassana a mi también me exigió un trabajo duro y serio durante diez días. Para facilitar este trabajo los coordinadores nos dieron unas directrices básicas en tres pasos, que trataré de enumerar siempre desde la fluctuante mirada de mi Testigo interior.
Primer paso del retiro Vipassana
Abstenerse de hablar, tener actividad sexual, escuchar música, leer o escribir no me resultó difícil. Aunque con todas esas abstenciones la creatividad se aceleró y el yo creador hubiera agradecido una forma de expresarse. A fin de cuenta el arte es comunicar tu propia forma de ver el mundo.
En un retiro Vipassana se nos invitaba a abandonar al personaje que somos en la vida que teníamos antes de iniciar el proceso. De este modo prescindimos también de las típicas normas sociales de convivencia como dar los buenos días, sonreír o establecer cualquier tipo de comunicación con nuestros compañeros de retiro. Sin embargo reconozco que, si bien intenté abandonar mi personaje, me resultó imposible olvidarme del personaje de los otros. En mi mente no dejaba de crear etiquetas y juicios sobre los que me rodeaban, y cualquier gesto o costumbre observada en el otro era un atractivo foco de contaminación si no estaba atento a mis pensamientos. Diez días observando la neutralidad de los otros alimentó todo un abanico de suposiciones y proyecciones que el último día del retiro Vipassana se desbarató como un castillo de naipes cuando cada uno reingresó en su personaje. Nadie resultó ser lo que mi mente creía que era. Observé espantado esa voracidad de querer deglutir al otro y de querer experimentarlo. Pero en el fondo solo era una necesidad de experimentarme a mi mismo a través del otro. Me mente, a la que tenía sometida a una dieta egóica, comenzó a nutrirse de los juicios y las comparaciones sobre los demás. Por esa razón dejé de asistir a los encuentros diarios donde se resolvían dudas sobre la práctica. El personaje se apoderaba de mi incluso antes de comenzar la pequeña charla. Mi personaje piensa que si esto es un escenario, él necesita más luz. Agradezco esta enseñanza, una de las más hermosas de mi retiro Vipassana.
Segundo paso del retiro Vipassana
Se trataba de conseguir algún tipo de dominio sobre la mente aprendiendo a mantener la atención en la respiración, observando las sensaciones de las fosas nasales cuando entra el aire fresco y cuando lo expulsamos más tibio o caliente. Observando ese simple movimiento durante tres días uno descubre que la respiración es nuestra amiga más fiel. Siempre que la necesitemos sentir ya sea para salir de la mente, o ser conscientes del cuerpo, ahí va a estar la respiración. Si me necesitas dame un respirito, nos dice la respiración, detén tu mente y siente el aire cómo sale y cómo luego entra de nuevo en tu cuerpo.
Al segundo día de retiro Vipassana empecé a sentir gratitud por la respiración y reflexioné sobre todo el tiempo que ella ha estado a mi lado y sin embargo la he ignorado porque mi atención estaba enfocada en los pensamientos. La respiración es lo único que nos mantiene unidos a la vida. En la película El Cáliz de Fuego (por lo visto el Grial está en todas partes) Harry Potter y otros espadachines de una determinada Liga heroica, tienen que afrontar una dura y desconocida prueba bajo el agua. El primer objetivo no consistía en ganar la prueba, sino en lograr una técnica que les permitiera respirar bajo el agua, ya que sin esa habilidad ni siquiera podían iniciar su travesía submarina. Harry logra, a través de una misteriosa planta, generar branquias en su cuello, y estoy seguro de que en ningún momento de su experiencia bajo el agua dejó de agradecer a su acuática anatomía el maravilloso beneficio que le estaba otorgando, segundo a segundo.
El dolor me habló el tercer día. A esas alturas ya me había dado cuenta de que lo más duro del retiro Vipassana estaba siendo observar y aceptar el dolor del cuerpo. Al principio lo observaba sin compasión, como un pasajero de metro que huele mal y que estoy deseando que se aleje de mi. Por eso en la siguiente estación cambiaba el banquito por el cojín, para volver otra vez, después del descanso y con las nalgas igual de escocidas, al banquito. El tercer día, sin embargo, renuncié a cambiar de asiento y todas las prácticas las hice con el banquito de meditación. El dolor, ese molesto pasajero no se iba en ningún momento. Estaba empezando a agobiarme y solo era el tercer día de retiro Vipassana. Menudo caballero de la Tabla Redonda estaba hecho. A veces me enfadaba con el dolor y si no conseguía domesticarlo mediante la respiración, me decía, no importa, cuando suene el gong lo expulsaré de mi cuerpo. Sin embargo, en un momento donde la quemazón sobre el punto de apoyo del banquito pareció que iba a incendiarme, recibí un mensaje de lo más hondo de mi ser: El dolor ha venido a quedarse. Me puse a llorar, como siempre que mi yo profundo me revela aquello que estoy negando y no quiero ver. Esa frase, en la que se me recordaba que el dolor había venido a quedarse, fue el canto del gallo que me hizo ser consciente de mis negaciones. Tal vez no hacía falta ir a un retiro Vipassana para darme cuenta de que solo a partir de la aceptación del dolor puedo liberarme de él, sin embargo el retiro me permitió experimentar esa aceptación, trasladando al cuerpo lo que mi mente ya sabía. A partir de ese momento me rendí al dolor y dejé de esperar que se fuera. Esa decisión fue liberadora. Me había quitado la pesada armadura. El dolor ahí seguía, claro está, pero al dejar de oponerme su presencia era amigable. Y mi cuerpo me estuvo hablando durante diez días a través de esa vía de comunicación. Cómo va a expresarse mi cuerpo si no es a través del dolor. Sentir dolor y sentir el cuerpo forman parte del mismo recorrido. Pero, como dijo Gendo, el verdadero dolor no es el del cuerpo sino el dolor emocional. El cuerpo solo refleja, a través de sus cinco sentidos, lo que quiere decirte el alma. Cinco sentidos es la única separación que hay entre ambos, como dice William Blake. El banquito me ha enseñado, durante todo el retiro Vipassana, a ejercitar mi ecuanimidad a la hora de experimentar lo que deseo que termine porque no es agradable. El dolor ha venido a quedarse. Reflexioné sobre el deseo que tenemos de abandonar lo doloroso y el deseo de agotar lo placentero. Ambas reacciones solo son mecanismos de respuestas que se retroalimentan mutuamente. Cuanta mayor es mi resistencia a aceptar el dolor, mayor es mi dificultad a renunciar al placer. Cuanto más me quejo de esta mierda de trabajo mayor es mi necesidad de irme de vacaciones. Pienso que solo desactivando el poder de las sensaciones placenteras podremos reducir el poder de las sensaciones dolorosas.
Tercer paso del retiro Vipassana
Una vez que habíamos adquirido un cierto control sobre la mente a través de la respiración, el cuarto día ya estábamos preparados para observar las sensaciones del cuerpo, comprendiendo su naturaleza y desarrollando su ecuanimidad. Como ya he dicho antes, este trabajo, aunque de forma local, ya me lo había propuesto mi cuerpo al sentirse agredido por la dureza del banquito. Ahora se trataba de experimentar las sensaciones de todo nuestro cuerpo a través de la meditación, comenzando por la cabeza y terminando por los pies. ¿Que te quieres olvidar del dolor? Toma dos tazas.
Durante ese cuarto día de retiro Vipassana, una vez que había conseguido movilizar todas las células de mi cuerpo que como hormigas iban de los pies a la cabeza, se apoderó de mi Crown of Love, una canción de Arcade Fire, al mismo tiempo que, una corona de ramas y hojas caía lentamente desde lo más alto de los pinos del Bosque de Dioses hasta posarse sobre mi santa cabeza. No podía dejar de llorar mientras experimentaba una profunda gratitud al comprobar que, a pesar de creer que la corona de amor se me había caído, sin embargo siempre era y había sido un ser amado y bendecido, y que esa corona que lentamente iba descendiendo y que llenaba de luz y calor mi cabeza y luego todo mi cuerpo, era la prueba.
A pesar del poderoso poder evocador de mis visualizaciones subconscientes, el dolor que me producía el banquito seguía siendo un vórtice poderoso de atención, pero procuraba no cederle más espacio que al resto de sensaciones. La práctica de la ecuanimidad es uno de los objetivos del retiro Vipassana. Algo nada fácil. A veces conseguía transmutar ese dolor en algo más placentero y gozoso si lograba elevar la vibración de todo mi cuerpo y aceleraba la velocidad de las hormigas. El dolor no desaparecía pero perdía su sensación cortante y se volvía romo y almohadillado hasta lograr generar auténticas oleadas de goce que nacía allí mismo, en el chakra base, y se elevaban por la columna hasta mi cabeza. Benditas hormigas. Era algo demasiado agradable para no desear que se mantuviera, pero también era consciente de que tampoco podía fijar mi atención en eso demasiado tiempo y de que todas las sensaciones debían ser experimentadas con ecuanimidad y de forma dinámica. Tiempo al tiempo. En un retiro Vipassana siempre hay tiempo.
Al día siguiente de mi última intervención en la charla de dudas sobre la práctica me levanté enfadado, como si durante la noche hubiera dejado entreabierta alguna puerta del alma y una corriente de aire hubiera hinchado al personaje. El dios abandonaba a Javier. Durante la primera meditación e la mañana me cuestioné seriamente mi presencia en un retiro Vipassana. Al dirigirme, como cada día, al Bosque de Dioses después de la primera práctica, miraba a mis compañeros como si todos fuéramos zombies de un capítulo de Walking Dead. Cualquiera que nos hubiera visto ajeno a lo que es un retiro Vipassana hubiera pensado lo mismo. Esto también pasará, pensaba, poco convencido de que la niebla matutina se disiparía a lo largo del día. Sin embargo, así fue. Me sorprendió el poder que tenía mi personaje para invocar a todos sus ejércitos contra mi corona de amor.
El cuerpo era un objeto de mi mente y como objeto jugaba a transformarlo durante la práctica. No estaba preparado para esta poderosa vivencia holoscópica en un retiro Vipassana. Disipados mis miedos a soltar la mente, fue fácil sentir mi sangre como savia corriendo por el tronco de un árbol, experimentar los brazos como ramas que se agitaban con el sonido del viento que entraba por la ventana, descubrí, maravillado, nidos de pájaros en mi cuello o en mis ingles y el corazón era un núcleo luminoso como si el mismo sol brotara del abrazo de mis hombros con mi cabeza. Otras veces era una gárgola de piedra que observaba con altivez el mundo desde el tejado de una altísima catedral, o un Dragón Negro furioso y destructor con todo lo que le rodeaba. Era el dragón desencadenado que habitaba en los sótanos del castillo de la Bella Durmiente. Un dragón que me llenaba de fuerza y energía y sentía gratitud porque, otra vez, los cuentos de hadas venían a auxiliarme a la hora de aceptar al Ángel Negro que habita en mí. Ese Ángel Negro es la base de lo que soy y me sostiene, del mismo modo que el dragón es la base de la fortaleza del castillo. Observaba todos estos pensamientos desde el Testigo, siempre consciente de que era yo observando una gárgola meditando o un dragón incendiando los campos de trigo. La respiración, siempre aliada, me acompañaba con su ritmo acelerado y el cuerpo estaba ahí en todo momento para anclarme al momento presente, sentía como mi espalda era atravesada por punzantes alas negras que emergían de entre mis músculos rompiendo mi camiseta, alas que podía batir como un Balrog que empuñara lleno de ira un látigo de fuego.
Porque durante el retiro Vipassana experimenté tanto plenitud como desesperación y profunda rabia. A los siete días, desembarcaron, con especial nitidez, sentimientos que me alejaban de la compasión hacia mis seres más cercanos y queridos. Era el Balrog emergiendo del abismo de Moria en el puente de Khazad dum. ¿Dónde estaba Gandalf? Pero eso lo escribo ahora, en aquellos momentos solo era desesperación, látigo y fuego. Por ejemplo sentía en mi pecho la urgencia de decirle cuatro cosas a alguien.
Hacia el final del retiro Vipassana, un dolor del bueno, como diría Chavela Vargas, vino a quedarse conmigo durante toda la mañana. El niño herido y huérfano que miraba las lagartijas, me visitó para descubrirme una escena olvidada con mi padre de un domingo por la tarde cuando tenía siete u ocho años. Ahí estaban de nuevo las lágrimas, como agua del mismo río que unas veces fluye armoniosamente entre valles soleados y otras veces se rompe en cascadas vertiginosas sobre riscos y precipicios. A fin de cuentas llorar es sentir amor y el amor es tan grande que es capaz de contener tanto el dolor que causa la muerte de un padre como la dicha de una corona que te convierte en rey.
El Mago vino también ese mismo día, creo que vino a despedirse y decirme que había estado conmigo todo el tiempo. Fue su cuarta visita y por fin pude hablar con él. El pensamiento de ese diálogo fue un objeto muy hermoso que mi mente funambulista mantuvo en consciente equilibrio. Ese diálogo con mi yo profundo fue poderoso. Recriminé al Mago haberme dejado solo con el Balrog. Siempre estás solo con el Balrog, me dijo. Nadie más que tú puede impedirle el paso. Y otra vez volví a ser advertido de mi falta de fe al no haber sabido reconocer en el bastón que empuñaba cada noche durante la caminata consciente, el báculo que simboliza mi poder. El Mago y el Dragón Negro son dos caras de una misma moneda y no existe el uno sin el otro.
CÓMO LO DE DENTRO SE MANIFIESTA EN LO DE FUERA Y VICEVERSA
Ahora quiero hablar de la idea de que todos los pasos que damos, sean en una dirección u otra, llevan a Dios. Aunque llevo hablando todo el tiempo de ese conocimiento que se me ha revelado durante el retiro Vipassana de una forma tan sutil como llena de intención.
El primer día de retiro Vipassana formulé un deseo como héroe, encontrar el Grial. Este deseo, durante estos diez días, se me ha concedido en algunos momentos llenos de Dios.
Durante el último año he podido observar cómo el silencio y la práctica afinan mi atención y mi intuición. A medida que evoluciono hacia el Testigo observo mejor la mente como si de una película se tratase. Y lo que aparece en esa película siempre son deseos y temores. Durante el retiro Vipassana acceder al yo profundo ha sido más fácil que durante mi vida cotidiana, porque allí, en Kayzen, he tenido grandes aliados. Empezaré hablando de las moscas. Vosotras las familiares, inevitables golosas, que diría Machado. Durante la práctica las moscas entraban por la ventana y se posaban en mis manos o mis brazos, también en mis piernas, mi cabeza y mi mejilla. Siempre experimenté esas cosquillas como caricias de la mano de Dios. Una observación física del cuerpo que se trenzaba con la observación mental de los pensamientos. Un retiro Vipassana convierte lo cotidiano en sagrado. Las moscas me anclaban al cuerpo del mismo modo que el banquito o la respiración. Me sentía en comunión con Dios cuando las moscas aparecían, sobre todo cuando en el segundo día una mosca se posó entre mi nariz y el labio superior, en el mismo punto de observación elegido para afinar la atención. Estamos contigo, parecían decirme. Recuerdo que ese cosquilleo no lo puede soportar y espanté a la mosca.
Los insectos me ayudaban a conectar con la Luz que soy, pero lo hacían a través del temor y el temblor. El retiro Vipassana me trasladaba a la naturaleza y la inocencia. Una tarde antes de comer estaba tumbado en un banco bajo un olivo y cuando abrí los ojos, allí, a diez centímetros de mi nariz, estaba una libélula que me pareció gigantesca. Otra mañana, después de la primera meditación, me dirigí al estanque a comprobar si se había abierto el capullo de nenúfar que, con cierta maravilla, había descubierto flotando sobre el agua la tarde anterior. Era uno de los primeros días del retiro Vipassana y al acercarme un abejorro negro y grande que no dejaba de zumbar se puso a revolotear también a un palmo de mis narices y me asusté al mismo tiempo que un eco lejano que no venía de ningún sitio, si acaso de un lugar intemporal, me comunicaba que estaba a punto de entrar en el Misterio y de rasgar el velo que cubre lo sagrado. Y entonces lo vi. Allí, sobre el agua, un perfecto mandala rosa, azul, blanco y violeta estaba abierto con gran esplendor, el nenúfar brillaba como un diminuto sol radiante y eterno. Sobrecogido agradecí al abejorro haberme preparado y avisado para ese momento lleno de Dios.
Días después, a la hora de la tarde descubrí un banco de madera que estaba bajo los árboles que custodian el sendero empedrado que lleva a la salida de Kayzen. Me pregunté por qué solo existía ese banco a lo largo de todo el sendero. Entonces me senté y me descalcé y sorprendido descubrí que justo enfrente, detrás de un seto, había una columna de piedra coronada por un crucifijo también de piedra, como si el banco estuviera ahí para poder venerar la pequeña columna. Observando la cruz descubrí que emergía de un capitel con forma de flor de loto también tallada en la piedra. Evidentemente el retiro Vipassana me estaba conectando con una idea de lo divino que solo durante la infancia había experimentado antes.
El retiro Vipassana me ha mostrado que el Grial no está en lo que veo, sino en lo que intuyo que existe detrás de lo que veo. Cuando era niño era fácil para mi comunicarme con lo que estaba más allá de lo que veía. La santidad que existe en el zumbido de un abejorro o la majestuosidad de una libélula o las cosquillas de una mosca, son instantes difíciles de aprehender si no estoy presente. Entonces el tiempo se detiene, la zarza arde sin consumirse y escuchamos a Dios y yo soy un Mago cabalgando un Dragón Negro en la memoria de un tiempo que no existe.
Gracias por escucharme
Ubuntu!!!
Gracias por este viaje por el jardín del Ser lleno de tantas señales hacia la esencia de lo que ES. Namasté.
Gracias por este majestuoso profundo y atemporal testimonio