Cuando era niño me gustaba provocar cataclismos en los hormigueros. Me sentía Dios mismo originando terremotos con el palo que había encontrado en el campo o inundaciones mientras meaba. Del mismo modo pensaba que, otro niño, un Dios gigantesco y con mayor poder, era el que provocaba los terremotos y maremotos que veía en los telediarios. Imaginaba a Dios observando a los hombres correr y morir ahogados como hormigas.
Muchos años después, una película llamada Bichos ilustraba a la perfección la primera parte de mi teoría. Cuando era niño me sentía un click de Famobil en manos de un padre caprichoso llamado Dios. Ahí radica gran parte de mi herida infantil: un niño hormiga a merced de un Palo Cósmico que sin previo aviso destruye la vida.
El espectro de la conciencia
Hasta hace muy poco no sabía que un holón es algo que es todo y a la vez parte de un todo mayor. Leyendo a Wilber descubrí que existe una teoría de sabios que explicaba mi forma de jugar a los clicks. Nos movemos en el mundo de las representaciones y solo utilizando modelos podemos comprender el mundo. Un modelo es algo limitado porque todos los modelos necesitan estar enmarcados dentro de unos supuestos.
Yo tampoco sé hablar del espectro de la conciencia sin figuras. Así, cuando abría la caja de zapatos donde guardaba mis clicks, mi honorable sheriff en su preciosa mecedora era el click persona. Ese mismo sheriff cuando ejerce la ley está incorporando un ego de plástico bajo su estrella de cinco puntas. Y cuando sale a cabalgar persiguiendo a una tribu de pieles rojas se convierte, John Ford mediante, en un centauro del desierto. Y si un día cualquiera ese sheriff levanta la vista por encima de las altas montañas del gran cañón y logra cruzar su mirada con el niño con gafas que con su mano cósmica le otorga vida, entonces ese click de Famobil habrá comprendido la causa de todas las cosas.
La naturaleza nos muestra también los diferentes espectros de la conciencia. Un león mata a un ciervo, luego un hombre mata al león, después la Tierra se despereza y un seísmo mata al hombre. Según en el nivel de conciencia en el que nos situemos tendremos un sentimiento de orden o un sentimiento de caos. Y es posible que cada uno de los sentimientos esté en posesión de la verdad porque, desde su propio nivel de conciencia, todos expresan su verdad.
La limitación surge cuando nuestro nivel humano de conciencia quiere comprender la conciencia de la Tierra, o cuando el nivel de conciencia del león quiere comprender la conciencia del hombre. Incluso dentro de la humanidad existen diferentes niveles de conciencia. Por eso desde la conciencia pura del Ser, Hitler y Gandhi tienen la misma identidad y ambos solo son sombras proyectadas por el fuego sagrado de la caverna de Platón. Imagino a Dios con su click Hitler y su click Gandhi del mismo modo que imagino a Zeus con su click Perseo y su click Medusa.
El nivel de la conciencia del paciente frente al nivel del terapeuta.
Así también me planteo los diferentes procesos terapéuticos. Cada uno ilumina una parte del alma humana, precisamente la parte que cada paciente está dispuesto o preparado para abordar.
El otro día se me escapó en un chat internetero que la maldad no existe. Digo se me escapó porque esa pelota no siempre llega al tejado del otro desde el mismo nivel de conciencia que la lanzo. Luego comprendí también los argumentos de mi interlocutor cuando, desde su nivel de conciencia, me defendía la existencia de una maldad inherente al alma humana.
A veces cuando apuntamos al cielo con el dedo la mirada del otro se detiene en el mismo dedo. Uno solo puede mirar hasta donde le llega la vista, y el terapeuta debe situarse en esa mirada y ese nivel de conciencia porque solo así puede comprender y sintonizar con su paciente. Mi punto de observación no puede ayudarme mucho si no consigo mirar a mi paciente desde el suyo propio. Aquí me viene de nuevo esa imagen del ángel berlinés que abraza al muchacho que dice no a la vida.
El terapeuta debe ser capaz de observar la oscuridad en la que vive su paciente con la misma ecuanimidad con la que observa la propia luz que ese paciente desprende. Vida y muerte son lesbianas, decía Corcobado. Vida y muerte son la misma cosa. Empeñarse en dirigir la mirada hacia la luz solo para negar la oscuridad es tan inconsciente como empeñarse en mirar solo la oscuridad. El ego espiritual, cuando aprende que existe un interruptor para iluminar puede olvidarse de que fue la oscuridad quien lo llevó hasta ese descubrimiento.
Solo un ego poderoso y fuerte puede ser trascendido. A veces uno necesita una terapia que le consolide el ego, otras veces uno busca trascender ese ego. Me gustan mucho las matrioskas, esas muñecas rusas de madera que están unas dentro de otras. Un matrioska es un holón de los que habla Wilber. Un todo que a su vez forma parte de otro todo mayor. Para poder abrir una matrioska es preciso que sea lo bastante sólida para separar las dos partes sin que se rompa. Cuando una matrioska va al terapeuta tal vez se le ha caído la pintura o la madera tiene alguna grieta profunda, es decir, es probable que tenga el ego enfermo de mundo. El terapeuta entonces es un ebanista del ego, porque repara, pule y barniza ese ego para que el paciente pueda desenroscarse y llegar así a una capa más profunda, una capa que le acerca un poco más al alma.
Tal vez mi centauro del desierto haya creado ya un espacio entre la persona, la sombra y el cuerpo para albergar al cosmos. El otro día viendo Interestelar el cosmos me engulló completamente, no sé. Esa película estaba llena de preguntas de poder. El sillón del cine se convertía en el diván del Dios terapeuta. Mira aquí. Hace mucho tiempo leí en el suplemento de un periódico que había dos tipos de personas, las que se hacen preguntas y las que no. Un terapeuta cuando está presente pude hacer las preguntas que nuestro subsconciente esta deseando escuchar. Mira aquí. ¿Qué pensé que Dios no pensó? ¿Qué no pensé que Dios si hubiera pensado?
La pregunta es una herramienta esencial. Aun resuenan en mí las preguntas que algunos terapeutas mi hicieron en el pasado y que abrieron cofres que solo contenían otros cofres. Mira aquí. Una sola pregunta puede ser un manojo de llaves porque la respuesta no siempre es la misma.
Si la pregunta no va dirigida a la mente sino al cuerpo, entonces responde la emoción. El cuerpo se manifiesta a través de los sentimientos. Los cofres ahora se manifiestan a través de dolores musculares o de otras sensaciones físicas. Abrimos el dolor para descubrir la emoción que contienen.
La técnica estrella que más rápidamente abre los cofres, unos tras otro, haciendo estallar las cerraduras es la respiración acelerada. Los descubrimientos que he hecho respirando son tan sorprendentes como dificiles de lograr por otras vías. Es una experiencia muy bella tanto cuando la realizo como cuando acompaño a un paciente a respirar. La comunión con mi paciente se realiza de núcleo a núcleo del ser. Las barreras se disuelven y siento el poder del que respira porque respirando las matrioskas se van abriendo una a una y el subconsciente contento de que le visitemos nos abraza.
Gracias por escucharme.
Ubuntu!!