Cuando era adolescente siempre me detenía frente a esas fotocopias descoloridas que encontraba pegadas en los tablones de anuncios del parque de Cánovas, donde una señora gorda de la India (una mezcla entre un buda y una piel roja) con un tercer ojo pintado en la frente, parecía invitarte al otro lado con dos palabras: MEDITACIÓN TRASCENDENTAL. Al lado de una dirección podía leer también la hora del evento. Sí, me paraba delante de esos carteles, y no me paraba delante de los que anunciaban un acto deportivo, y desde mi seguridad cristiana pensaba que los practicantes de esa disciplina infiel cometían algún tipo de pecado mortal. Lo de trascendental tenía además connataciones lisérgicas en mi turbia mente adolescente. ¿Pero quién va a hacer caso de estos misticos de oriente?, pensaba para mí. Solo los hyppies que fuman marihuana. Y yo no era lo primero, ni fumaba lo segundo.
Y ahora resulta que me han cambiado la palabra trascendental por transpersonal, y que el que va hablando por ahí, pero sin pegar carteles, soy yo.
Desde que hago meditación, en varias ocasiones he alabado su práctica, la he explicado y sobre todo la he despojado de cualquier connotación mística, ya que era lo que a mí me producía rechazo. No quiero que me vean ese tercer ojo que desde la India me persigue. La meditación es un proceso físico antes que mental, les digo a quien muestra interés. Se trata de atender al cuerpo antes que a la mente. Es decir, se trata de sentir que no somos la mente.
Miradas raras y circunspectas. Sí, sí, ya…
Meditar es entrenar la atención consciente, y eso evita que te pierdas en la maraña de tus emociones. Les digo.
Pues parece que el que está enmarañao eres tú. Me dicen.
Creo que no podemos convencer a nadie para la práctica si esa persona no está motivada desde su propia razón. Lo contrario sería querer enseñar a los cerdos a cantar, como dice aquel proverbio ruso.
Todo lo que hacemos con el cuerpo alcanza precisión y pureza en su ejecución si conseguimos centrarnos en nosotros mismos y vivir el momento presente. Y la meditación ayuda a desarmar nuestros pensamientos y comportamientos automáticos. Además la práctica de la meditación mejora nuestra lucidez mental, disminuye nuestra ansiedad, aumenta nuestra autoestima, y mejora el aprovechamiento de nuestra capacidad intelectual.
Medita si quieres aprobar un examen, medita si quieres dejar de fumar, medita si quieres romper con tu pareja, medita si quieres hablar con lucidez con tus hijos. Medita si quieres meter un gol. Medita y luego me cuentas.
Meditar no es vaciar la mente de pensamientos
Pero yo no puedo vaciar la mente de pensamientos.
. No eres tus pensamientos. Meditar es observar esos pensamientos desde otro sitio. Un lugar que puede ser tu respiración o un picor insoportable de la nariz. Mientras sientes esa quemazón no estás “en” tus pensamientos, sino en tus sentimientos físicos. Y mientras estás dudando entre arrascarte o no, el pensamiento pierde protagonismo, se aleja del primer plano y se convierte en un fondo, pero no desaparece, claro está, porque no podemos evitar tener pensamientos. Cuando te das cuenta que el picor es más real que a donde te está llevando tu mente estás en el camino de diferenciar lo que eres de lo que piensas.
Y el momento de oro llega cuando te das cuenta de que no lo estás haciendo bien. Cuando te das cuenta de que estás instalado en tus pensamiento, que se te ha olvidado el picor y que llevas, no sabes cuánto tiempo, vagando por los espacios infinitos. Hablo de ese momento en el que te percatas de que no estás en donde te había propuesto estar y que te has ido por ciencia infusa del punto de observación, de la respiración. Atrapar ese momento del darse cuenta es el núcleo del proceso meditativo y el éxito de la práctica. Porque has conseguido descubrir por ti mismo y sin ayuda de que no estás en el momento presente, y al volver a la respiración con tranquilidad, eso sí, sin juzgarte por haber cedido ante tu mente indomable, sino con una gran aceptación y cuidado de ti mismo, entonces todo vuelve a suceder. Y como dice Cortázar, me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar.
Con la meditación consigo separarme de mis percepciones mentales. Me veo como un personaje de la vida que cree que tiene una vida y que además le pertenece. Un personaje que sufre porque no le han respondido como él pensaba que debían hacerlo o un personaje que goza porque le han alabado su obra artística. Ambas caras, el gozo y el sufrimiento, son igual de mentales. Meditar me ayuda a relativizar tanto lo bueno como lo malo, o lo que es lo mismo, a aceptar lo bueno y lo malo como pantallas de luz de un único y ambicioso ego.
El resto de beneficios, como una mayor lucidez, una creatividad más brillante, la disminución del caudal de sangre de la vena que me atraviesa la sien, la limpieza de la mirada, el brillo de mi piel, todos esos beneficios quedan en un segundo plano ante la certeza de que vivo una vida instalado en un cuerpo. Cómo ser Francisco Javier Gutiérrez. Tiembla John Malkovich.
No siento resistencias a la inmovilidad y al silencio. Nunca las tuve. Me resistía al hecho de ponerme a meditar, por falta de tiempo o por sagrada pereza. He perdido esa pereza porque la práctica invita a la práctica y ahora meditar es como volver a casa. Y quien no quiere regresar al hogar. No hay mayor compromiso y como Sam hace al final del Señor de los Anillos, cuando respiro profundamente, digo:
“Bueno, ya estoy de vuelta”
Gracias por escucharme
Ubuntu!!