Bicicleta y enfermedad

La enfermedad. La enseñanza que me aportó la rotura de un pie mientras viajaba en bici

El tema de la enfermedad, desde el mismo título, despertó mi hipocondría y activó mi miedo primordial a la muerte.

Poco a poco, a medida que avancé en la escritura, todo fue adquiriendo sentido, lentamente las piezas encajaban, hasta la idea misma del mal, como fuerza destructiva, fue asentándose y transformándose en fuerza regeneradora.

Recuerdo la varicela como mi primera enfermedad seria, solo era un niño y no era consciente de lo que podía significar.

La operación de apendicitis fue a los 16, y era la primera vez que experimenté las noches blancas de hospital que cantaba J. L.  Perales.

Hoy os hablaré de cuando me rompí un pie viajando en bici por Estocolmo.

Mi pie derecho

El pie derecho es el primer pie que movemos cuando queremos avanzar.

Cuando visité Estocolmo yo estaba paralizado en mi relación de pareja y en mi relación con la vida. Pero no me daba cuenta.

La enfermedad vino a sacarme de esa parálisis emocional a través de una parálisis física. 

El accidente ocurrió hace bastantes años y, en días fríos como éste, los metatarsianos del pie derecho me lo recuerdan.

Los suecos frenan sus bicicletas girando los pedales hacia atrás, con el contrapedal y no con frenos de manillar como los que tenía mi machacada BH.

Pero el universo quiso que la bici que había alquilado tuviera, además del contrapedal, un freno delantero de manillar de refuerzo.

En Estocolmo (y en mi vida) yo siempre iba detrás de mi pareja, en bici, andando o en pensamiento.

Un día, cerca del puerto, bajando una cuesta por la acera y en dirección prohibida nos encontramos un grupo de ciclistas que venían contra nosotros pero en dirección correcta.

Ellos iban en el carril bici y nosotros por la acera así que no había peligro de colisión.

Pero los vi al girar en una curva y ya los tenía tan encima que no me di cuenta de que yo iba subido a la acera siguiendo el camino marcado por mi pareja.

Me asusté.

Iba cuesta abajo y creía que me la pegaba.

El surco del miedo me conectó con mi antiguo hábito y quise parar frenando como si estuviera montando mi antigua BH.

El freno de mano paró la rueda delantera en seco.

Salté por encima del manillar y caí sobre la acera amortiguando el golpe con mi pierna derecha.

Fin del viaje.

Dos días después, ya en Madrid, me escayolaron el pie.

Estuve dos meses caminando con muletas sin apoyar la pierna derecha.

Ahora pienso que las muletas deberían haberme hecho ver la otra muleta, esa a quien llamaba pareja.

Pero no me di cuenta entonces.

No estaba preparado para verlo.

Es verdad que yo sabía que no estaba en el camino correcto de mi vida, pues los síntomas del dolor emocional estaban siempre acompañándome.

Pero ese dolor, a veces, es difuso en una relación de pareja, sobre todo cuando estoy tratando de enmascarar carencias afectivas viviendo una relación en la que no podía crecer.

Con el pie roto, el dolor físico se sumó al dolor emocional.

Si ya me sentía dependiente, con las muletas lo era mucho más.

Sin embargo las muletas me ayudaron a crear cierta distancia con la relación de pareja y adquirí un poco de fresca autonomía, pues me había centrado en mi pie antes que en mi necesidad de atención.

Eso acentuó más el conflicto de pareja que veníamos sufriendo, pues al lesionarse uno de los jugadores el juego de la relación se resentía.

El dolor crea dependencia del dolor.

Pero mi pie era lo primero.

Recuerdo que no me rebelé contra mi cuerpo, sino que llené de compasión y paciencia mi actitud respecto a las limitaciones físicas.

En dos meses sin apoyar el pie derecho nunca tuvo sentido oponerme a esa realidad.

Sin embargo no fui consciente durante esos meses de que mi cuerpo solo me estaba avisando de que yo podía caminar solo y sin necesidad de seguir a nadie por caminos que consideraba direcciones prohibidas.

La relación se prolongó un año más porque, una vez curado el pie, yo seguía obteniendo beneficios de esa dependencia y de ese doloroso juego de chantajes mutuos.

Ahora pienso que ese pie roto fue un punto de inflexión importante en mi relación.

Quiero decir que ahora siento una gran gratitud hacia aquella pareja que me acompañó durante tres años.

Esa relación fue un gran resplandor nuclear en mi crecimiento.

Creo que ésta ha sido la primera vez que no hablo de aquellos años desde el punto de vista de la víctima.

Creo que es porque puedo sentir la confianza en la Vida.

Doy gracias a la Vida por estar ahí cuando creo que aún no se ha abierto el paracaídas.

¿Cómo acompañar a un paciente con cáncer?

Un paciente con cáncer debe aceptarse como paciente con cáncer.

Hace años empecé a ver la segunda temporada de En terapia.

Uno de los pacientes del siquiatra protagonista era una adolescente con cáncer.

Recuerdo que la niña no era capaz de expresar su mal de forma verbal y tuvo que escribirle una nota al terapeuta para comunicárselo.

El capítulo me resultó duro y ese paciente era el que menos me gustaba de todos los de esa temporada.

Tanto que abandoné la serie.

Me estoy acordando de esto ahora.

¿Cómo ayudaría a esa joven?

Creo que ayudándola a que expresara lo que no podía verbalizar, sus miedos profundos, su rabia e indignación.

Crearle una identidad al miedo como algo fuera de nosotros puede ayudarnos a dejar de identificarnos con él.

Me gusta mucho un anuncio que veo ahora en el metro sobre una campaña contra el hambre, donde aparece el Hambre dibujado como un gran monstruo con una enorme boca devoradora…

Invitaría a esa niña a que imaginara su miedo como ese monstruo que solo es un enorme teleñeco de felpa.

Un muñeco que puede abrazar y que puede ser su amigo.

De esa manera el monstruo puede enseñarle cosas sobre lo que está ocurriendo en su cuerpo y en su corazón.

Si el monstruo le invita a entrar en su gruta ella descubrirá que dentro está la verdad que su cuerpo quiere comunicarle.

Que a través del instrumento de su enfermedad, ella puede escuchar la sinfonía de su corazón, latido a latido.

Y que si abraza a ese teleñeco que antes le asustaba está en condiciones de soltar sus temores y empezar a sanar su alma y su cuerpo.

El monstruo puede revelarle que ella ha venido a esta Tierra con un plan, un proyecto de vida basado en el amor y que solo ella conoce.

Yo sólo soy el mensajero, le dice la enfermedad. Déjame entrar. Tengo una carta para ti que ha escrito tu cuerpo.

Como terapeuta acompaño a ese paciente mientras lee la carta y la ayudo a interpretar las señales que su cuerpo le está mandando.

Cualquier enfermedad solo no está diciendo que tenemos que poner a tono el músculo del amor.

El amor transforma al monstruo en un oso amoroso.

¿Qué preguntas puede hacerse uno mismo para gestionar la propia enfermedad?

Las preguntas pueden ayudarnos a identificar la carta que nos ha escrito nuestro cuerpo.

  1. Bloqueo físico

¿Qué adjetivos pueden describir mejor lo que siento en mi cuerpo con un pie roto?

Dolor intenso cuando quiero sentir el suelo bajo mis pies. Falta de equilibrio y sensación continua de fragilidad.

  1. Bloqueo emocional

¿A qué me obliga esta enfermedad?

A depender de otros. A estar quieto y sentado. A ser paciente. A economizar mis movimientos. A valorar las distancias entre donde estoy lo que quiero conseguir.

  1. Bloqueo espiritual

Si me permitiera esa autonomía sería un ser libre y podría traer el vaso de agua con mis propias manos.

No necesitaría que nadie me cuidara para sentirme un ser completo y realizado.

  1. Bloqueo mental

Si en mi vida me permitiera ser autónomo e independiente tal vez mi pareja me abandonaría, pero tendría a mi lado a gente que me respetaría por lo que soy y no por el beneficio que pueda aportarles.

¿Por qué creo que enfermamos?

  • Porque nos resistimos a escuchar la música interior.
  • Porque llenamos de ruido discotequero el puro acto de contemplar la Luna.
  • Porque ignoramos nuestra misión cuando nos subimos a este cuerpo km cero.
  • Porque lo ponemos a 200 por hora, cuando solo necesito ir a 30 para contemplar el paisaje.
  • Porque olvidamos que somos mortales.
  • Porque nuestro cuerpo quiere comunicarse con nosotros de una forma explícita cuando la falta de atención nos ha impedido escuchar la sutileza de sus primeros avisos.
  • Porque somos tan perfectos que tenemos un mecanismo propio que nos avisa de la falta de armonía de nuestro instrumento.
  • Porque nuestro subconsciente que quiere que lo reconozcamos se expresa a través de lo que más no preocupa: la falta de salud.

¿Cuál es para mí el secreto de la salud?

  • El secreto de la salud es vivir conscientemente generando vida, estando atentos a los primeros hierbajos que afean nuestro jardín y a las primeras notas disonantes en nuestra sinfonía del nuevo mundo.
  • El secreto de la salud es sabernos alquimistas de nuestra propia y luminosa esencia.
  • El secreto de la salud es amar la muerte y aceptar los ciclos de luz y oscuridad con la misma armonía con la que a una inspiración le sigue una expiración every breath you take.

¿Por qué los seres a quienes se les atribuye un gran sabiduría enferman y sufren?

No sé por qué Krishnamurti murió de cáncer de páncreas.

Creo que no es relevante la causa de la muerte en un hombre sabio.

La muerte del que tenemos al lado forma parte de nuestro aprendizaje.

Toda muerte es una enseñanza, tal vez la causa de la muerte solo sea una apostilla a esa enseñanza.

A veces la nota a pie de página es la auténtica generadora del click iluminador de un texto.

Morimos para enseñar a vivir a los que nos sobreviven.

Podemos considerar a la muerte como una flor negra que se abre en el último instante de nuestra vida.

Y esa semilla ya estaba en nuestras tripas antes del primer grito con el que saludamos al kilómetro cero.

La muerte es el telón, pero como cantaba Bob Dylan, no es el final.

Gracias por escucharme.

Ubuntu!!!

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