En aquellos casos en los que la labor de acompañamiento sobrepasa alguno de nuestros límites, la confianza como terapeutas se pone en observación.
Uno de estos límites son las psicopatologías o desórdenes mentales.
Un terapeuta puede integrar cualquier tipo de límites dentro de la labor de la que es experto.
Cuando un límite se manifiesta casi siempre lo hace en forma de miedo.
¿Qué hago como terapeuta cuando soy consciente de un miedo?
Observo ese miedo al mismo tiempo que lo integro dentro de mi formación.
No lo rechazo porque aceptar ese temor es lo que da coherencia a mi labor como terapeuta.
Para ser terapeuta es preciso un entrenamiento de la compasión, y como dice Hellinger, la compasión implica tener valor suficiente para encarar todo el sufrimiento.
Los desordenes mentales en la terapia transpersonal
Cuando hablamos de desórdenes mentales no creo que los límites del terapeuta los establezca la psiquiatría.
Pienso que esos límites solo puede establecerlos el sentido común del terapeuta.
Integrar, y no ignorar, esos límites, dentro del sentido común, es lo que nos ayuda a ser buenos terapeutas.
Escuché a Antonio Blay decir que para ser buenos padres antes que ocuparse de los hijos hay que ocuparse de uno mismo.
Nada de lo que la psiquiatría pueda decir a un terapeuta transpersonal será útil si antes ese terapeuta no se ha ocupado de sí mismo.
Tal vez estemos habituados a buscar fuera de nosotros la confianza que necesitamos como padres o como profesionales.
Sin embargo, podemos integrar el desorden mental dentro de la terapia transpersonal como un elemento más del proceso de realización de cada uno y mirar la enfermedad desde la conciencia.
Dice Antonio Blay que somos energía, amor e inteligencia, un potencial que precisa de los estímulos del entorno para poder desarrollarse.
Pero también dice que del entorno no recibimos eso que ya somos, es decir, del exterior no nos llega ni un poco de inteligencia, ni un poco de energía profunda, ni un poco de capacidad afectiva.
En la inteligencia reside el modo de relacionar datos, abstraer o intuir.
Entiendo que las psicopatologías se encuadran en lo que Blay llama Inteligencia.
La autorrealización consiste en llegar a descubrir cuál es la identidad última de cada uno, pero si uno de nuestros focos está enfermo no es posible llegar a ese conocimiento desde el cuerpo como instrumento.
Pienso que ante la enfermedad nuestra labor de acompañamiento como terapeutas puede verse limitada, o simplemente no darse.
Quiero decir que no poder acompañar a un paciente con esquizofrenia no es una limitación del terapeuta transpersonal, del mismo modo que el pie escayolado de un atleta no es una limitación del buen hacer de un entrenador.
La diferencia entre un terapeuta transpersonal y un profesional de la salud.
Desde el sentido común y la coherencia con uno mismo sabremos cuando debemos derivar a nuestro paciente hacia un profesional de la salud.
Como terapeutas estamos siempre aprendiendo a afinar nuestro instrumento, a limpiar de impurezas nuestra caja de resonancia.
Centremos, pues, nuestro objetivo en ese camino personal de evolución y transformación.
Confiemos en nuestra intuición y en nuestro sentir. Todo lo demás vendrá solo.
Y si un día se presenta un loco inmaculado en nuestra consulta observemos primero lo que se despierta dentro de nosotros antes de tomar una decisión.
En la terapia transpersonal es más importante desde dónde escuchamos al paciente que todo lo que el paciente pueda decirnos.
Ese lugar de observación es lo que unifica nuestra forma de acompañar, sea cual sea el sufrimiento de nuestro paciente.
Por eso pienso que es tan importante la ecuanimidad para poder encarar todo ese sufrimiento.
Decía Henry Kissinger:
“Tacto es la habilidad de lograr que otro vea la luz sin hacerle sentir el rayo”
¿Cómo hace un terapeuta transpersonal para mostrar la luz sin los efectos del rayo?
Haciendo preguntas que dirijan al paciente hacia áreas que éste, por sí solo, dificilmente observaría.
El psicoterapeuta es un acompañante de la psique, es decir un acompañante del alma.
Un facilitador de espacios de transformación en los que se modifican pautas.
Como dice José María Doria, el campo de consciencia que elabora un terapeuta transpersonal con su paciente, se parece más a un espacio de ginecología, en el que se alumbra un nuevo Yo, que aun diagnóstico académico orientado por baterías de test y títulos de excelencia.
La pastilla de Matrix
La farmacopea contribuye a nuestro bienestar, pero no podemos usarla como un bypass que acelere o acorte nuestro proceso personal.
Un ansiolítico nos priva de experimentar la depresión.
Pensamos que la depresión es mala porque nos causa dolor, pero la vacuna que buscamos reside en la consciencia de ese dolor.
Tengo un amigo que dice que ojalá hubiera pastillas de información que insertaran ese material en nuestro cerebro sin necesidad de estudiar.
Como terapeuta solo recomendaría medicación de forma puntual para resolver problemas concretos que bloquean al paciente y le impiden salir por su propio pie de la situación en la que se siente atrapado.
Es una gran fortuna que la química pueda venir a auxiliarnos.
Cuando tenía 18 años sufrí una depresión. Mi madre al observar mi tristeza me llevó al médico de los nervios, como ella lo llamaba. Me mandó directamente unas pastillas que me hicieron ganar unos kilos de peso.
Ahora cuando pienso en esa etapa de mi vida solo recuerdo una experiencia de vida que me trajo dolor.
Del tratamiento farmacológico no recuerdo nada, las pastillas no me ayudaron mucho a ser consciente de mi existencia.
La herramienta de la terapia transpersonal es la observación del conflicto y ésta mirada no es posible si usamos drogas para evitar el sufrimiento.
Como terapeutas estamos al servicio de la vida.
La vida se desplega como un atlas y se expresa en muchas ocasiones a través del dolor.
Ese dolor es vida también.
El dolor nos despierta de la inconsciencia que nos identifica con el cuerpo y la mente. Por eso el dolor es la llave para aligerar y trascender el sufrimiento hacia la energía, el amor y la inteligencia que somos.
Cuando el dolor se transforma en sufrimiento contínuo podemos llegar a convencernos de que vivir es sufrir.
El dolor en este caso deja de estar al servicio de la vida y puede apagar nuestra energía, nublar nuestra inteligencia y negar nuestro amor.
Cuando tenemos la cabeza enferma de mundo y el sufrimiento nos invita a renegar de la vida, sea de la forma que sea, creo que es preciso contar con la ayuda de un psiquiatra.
Conclusiones finales
- El problema está tan solo en el nivel de sufrimiento que pueda acarrear en el paciente su proceso mental.
- El psicoterapeuta tiene la responsabilidad de ofrecer herramientas de restructuración cognitiva y ampliación de consciencia, capaces de aliviar a su paciente hasta niveles razonables.
- Si el paciente tiene un grado de sufrimiento elevado y se observa que no basta la res- tructuración y autoconsciencia mencionadas, se deberá orientar al paciente cuanto antes hacia la medicación psiquiátrica.
- Y aunque se diga que “el loco que se da cuenta de que está loco, no está loco”, no significa que tal “darse cuenta” garantice la seguridad de la vida del paciente y la de su familia.
- En cualquier caso, y por más que el Terapeuta Transpersonal apoye los procesos “naturales” de curación, si tiene una duda razonable deberá de insistir en la presencia médica.
Empecé con Radio Futura y quiero terminar con Lluís Llach.
si es que tienes el corazón enfermo de amor
o la cabeza enferma de mundo
o te parece tan difícil ver una ventana, y de todos modos…
¡Ea!, vamos, arriba, arriba,
abre tus ojos y arriba,
sube a la barca con tu equipaje
y recuerda que la vida es tuya.
Gracias por escucharme.
Ubuntu!!